COLUMNA: ACENTOS
Por Jorge Medina Viedas
En la red circula un fotomontaje donde el pulpo Paul, el atinado mundialista alemán, seleccionó la urna donde se encuentra la imagen de Andrés Manuel López Obrador y no la de Enrique Peña Nieto. O sea, el manipulado molusco pronosticó la victoria de Andrés Manuel en 2012.
Pero al margen de la broma y de las ansias voluntaristas que se esconden detrás de los autores del truco, siempre vale preguntarse si de verdad existen las condiciones para que la izquierda pueda alcanzar el poder presidencial en México.
¿Es posible que tal viraje político ocurra? ¿Están dadas las circunstancias nacionales como para que la izquierda, o más precisamente, un militante de los partidos considerados de izquierda —para no ponernos escrupulosos con el término— acceda a la Presidencia de la República? ¿Podrá este personaje progresista y democrático, adversario del sistema actual, superar electoralmente al PRI y al PAN, sus rivales más fuertes?
Nada es imposible en la democracia y algo hay de fundamento en la percepción creciente entre algunos sectores, en el sentido de que “los vientos” parecen moverse en la dirección de un nuevo ciclo de la transición democrática, en el cual los ciudadanos estarían dispuestos a probar una nueva opción política, diferente a las que ya conocen, en virtud de la difícil e incontrolable situación de violencia e ingobernabilidad que vive el país.
Es posible que se de diga que el vaso está medio lleno o medio vacío en la actual gobernanza del país, pero lo cierto es que buena parte de la sociedad puede estar instalada en ese desencanto, el cual tiene que ver con el fracaso económico y político inocultable del gobierno panista, por un lado; y por otro, con un PRI incorregible que, pese a su experiencia indiscutible y su fama de eficaces operadores políticos, ha sido incapaz de demostrar que no regresará al poder con el mismo estribillo desgastado de un ronco dinosaurio decadente.
Está empíricamente demostrado que cuando dos fuerzas responsables del poder se enfrentan sin resultados positivos para la comunidad, la decepción y el hartazgo que llegan a generar entre los ciudadanos abren una vía para que una alternativa diferente se posicione y tome ventaja política sobre ellos.
El problema es que esa fuerza alternativa debe tener la sensibilidad, la solidez ideológica y los recursos políticos suficientes que le permitan representar a ese segmento social amplio y diverso, y que una vez que la constituya en la mayoría inconforme con la situación dominante, logre de ellos el voto que la lleve a la victoria.
No son situaciones análogas pero algo se puede comparar con la realidad española, cuando el PSOE, en su momento (1982), tuvo la capacidad de ganar la mayoría absoluta por primera vez, aprovechando que el gobierno de centro derecha de Adolfo Suárez había expulsado los demonios de un golpe militar, sacrificando su legitimidad, su credibilidad y el prestigio que lo sostenían en el poder, con lo cual concluía el ciclo inicial de la transición política de aquel país. Para las elecciones de octubre de 1982, el PSOE tenía fuerza propia y un movimiento en aluvión de ciudadanos que vieron en ellos la esperanza del cambio de una realidad de la que la sociedad estaba cansada.
Para que la izquierda en México obtenga la victoria en 2012, o en un futuro, no basta que un ciclo transicional hacia la democracia se agote y que el desencanto asfixie la vida del país. Necesita ser una fuerza consolidada, madura y sin fraccionalismos.
Hoy, la izquierda mexicana llega a esta fase temprana de la sucesión presidencial más dividida que nunca, con nuevos actores deseosos de protagonismo, con un partido en crisis de identidad, sin liderazgos sólidos en sus estructuras y con poco que ofrecer a la sociedad.
Y hay en la izquierda, por desgracia, más PRD que inteligencia, y eso quiere decir que los cerebros políticos que lo coordinan están ahogados en la mezquindad y en la falta de visión política. Aliados como el PT y Convergencia pueden convertirse en lastres, y no en los activos que una lucha por el poder de dimensión como la presidencial de 2012 reclama.
Precisamente el día de hoy, en el Zócalo de la Ciudad de México, el polémico y uno de los emblemáticos políticos de izquierda de esta transición, Andrés Manuel López Obrador, va a ajustar cuentas con todos ellos. Uno por uno deberán pagar la afrenta. Tal vez de manera especial Manuel Camacho Solis, cabeza del DIA (Diálogo por la Reconstrucción de México), quien ha sido el cabeza de turco de una política de pretende socavar su fuerza moral.
A estas alturas de la sucesión presidencial quizá no quiera decir mucho, pero hoy, Andrés Manuel López Obrador tendrá que demostrar que en el ámbito nacional él sigue siendo la figura con mayor poder político de la izquierda y que a su liderazgo las alianzas le han hecho lo que viento a Juárez. Sí no.
Jorge Medina Viedas es columnista de Milenio Diario y ex rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa.
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Programa de Radio del 30 de Junio 2010
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