COLUMNA: ACENTOS
Por Jorge Medina Viedas
Nos hemos dado tiempo para recordar que el mes de septiembre es un mes augusto para México. Nuestra historia nacional lo puebla de sucesos llenos de simbolismo. Nuestra independencia desde el primer alarido de dolor del parto hasta su consumación, finca sus garfios en esos días del almanaque, sobre el que se derraman otros momentos únicos e igualmente contradictorios.
Varios de los hechos estelares ocurridos este mes en los últimos dos siglos marcaron para siempre la vida política, cultural y social de la sociedad mexicana, y dejaron hechas las avenidas a algunas historias que están escribiéndose y otras aún por escribirse.
En septiembre, Miguel Hidalgo y Costilla convoca a la revolución de Independencia, los insurgentes toman la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato y se consagra el valor de Juan José Martínez, El Pípila; se consuma la Independencia Nacional en 1821; Benito Juárez proclama la Leyes de Reforma en 1860; nace la Universidad Nacional de México en 1910; el 27 de este mes, el presidente Adolfo López Mateos nacionaliza la industria eléctrica en 1960.
Hay muchos otros hechos de grandeza y no faltan ni las tragedias ni los que contienen la miseria humana. En este mes también, en 1847, comienza la intervención de Estados Unidos y los Niños Héroes defienden hasta la muerte el Castillo de Chapultepec; el 18 de septiembre de 1968 el Ejército mexicano ocupa la Ciudad Universitaria de la UNAM; el 19 de septiembre de 1985 se produjo el terremoto de 8.1° en la escala de Richter en la Ciudad de México, que sobre la cicatriz de desolación y muerte, ante la petrificación inicial del oficialismo, dejó la impronta de la movilidad ciudadana que cambió a México.
Un septiembre, el 17, del año de 1973, el grupo armado, Liga 23 de septiembre —a la triste remembranza de su nombre hay que referir el motivo de su adopción: el asalto guerrillero frustrado al cuartel de Ciudad Madera, Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965— asesinó a Eugenio Garza Sada, prominente hombre de negocios de Nuevo León.
Un 28, en 1994, acto seguido al asesinato —el 23 de marzo— de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la Presidencia de la República, es víctima de un atentado otro político de rango nacional, José Francisco Ruiz Massieu. Las élites se descomponen, mejor dicho: un sector de la élite se consume en sus miasmas y se hace el harakiri.
Los presidentes mexicanos informan al país en este mes. El día primero. La democracia terminó con la vieja liturgia presidencialista, pero se estableció un día compensatorio a las tribulaciones del Ejecutivo para que exprese sin réplica lo que quiere decir y para que lo escuchen quienes le importan. O sea, ahora informa a su partido y a algunos de sus invitados. Recompone el séquito, no los afanes mediáticos y legitimadores del “nuevo presidencialismo”.
Los sacrificios, las luchas, las victorias obtenidas, los grandes momentos de nuestra historia, condensados en este mes de la patria, han derivado en otras luchas, en otras inmolaciones, en frustraciones y en regresiones costosas.
En este 2010 del Bicentenario de la Independencia nacional, nuestro fructidor nos trajo del pasado la parafernalia de las viejas solemnidades y los protocolos retóricos de quienes, desde un peldaño burocrático, se erigieron en los dadores de raciones de fervor patrio a los mexicanos, parcelando el Zócalo de la Ciudad de México y repartiendo zonas vips a muchos, que la misma noche del 15 de septiembre conocieron el territorio que recorre la gente del pueblo, los rotitos que pululan por el viejo centro de la capital.
Convertida la política en oficio de riesgo, como ya lo dicen los propios oficiantes, en este mes de nuevas matanzas entre sicarios, asesinatos de policías, matan y hieren a presidentes municipales de San Luis Potosí, Nuevo León y Chihuahua. Esto explica a contrario sensu la afirmación del secretario Blake: el narco se debilita matando cuando no ha hecho otra cosa desde hace más de un lustro.
En este septiembre de 2010, cuando “la sangre sigue tibia” y el dolor de muchos deudos se asocia con las desigualdades, con la corrupción, con la ignorancia y con las nuevas jerarquías racistas y discriminatorias del régimen panista, se multiplican nuestros retos como nación.
Cada generación habla de sus propios desafíos y de sus propias esperanzas. Anota y consigna para las que están por venir, los sometimientos de suw presente.
Dueño del nombre santo Miguel, enemigo frontal de Lucifer y de fiesta todos los 29 de septiembre, universitario, brillante como pocos, Miguel León Portilla, al recibir en el senado la medalla Belisario Domínguez, habilitó una frase para conjurar los demonios del presente: “Más grande que los nubarrones que hoy oscurecen nuestra vida ha de ser nuestra esperanza”. Que así sea.
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*Jorge Medina Viedas es columnista en Milenio Diario y encargado de un suplemento Universitario en el mismo, ex rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa. jorge.medina@milenio.com
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Programa de Radio del 30 de Junio 2010
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