COLUMNA: ACENTOS
Jorge Medina Viedas
En el amplio y elástico receptáculo de la retórica democrática cualquier ocurrencia cabe. Nada impide que se diga que la decisión del Congreso local del Estado de México al ponerle candados a las alianzas ventajosas, perversas y contra natura, como la que supondría que el PAN y el PRD lleven la misma foto de un candidato y todos los recursos fiscales vayan a ese único candidato, es restrictiva y regresiva
En contrapartida, nadie puede evitar que se ventile el argumento de que las candidaturas comunes sólo sirven para confundir o adulterar la democracia. En la democracia de calidad se supone que las normas tienen que ver con el civismo, la educación y la ética. No sería el caso.
Pero los legisladores mexiquenses no pueden argumentar motivos cívicos para aprobar esa polémica reforma. Lo que revelan sin recato es su propósito de aplicar una pedagogía política traumática contra los partidos promotores de las alianzas, que algunos remiten al descubrimiento de la presunta personalidad autoritaria y “miedosa” del gobernador Enrique Peña Nieto.
Lo que hicieron los legisladores priistas y sus aliados fue proteger, como todo el mundo lo advierte, la trayectoria de éste rumbo a la candidatura presidencial. Pero tampoco los opositores y críticos de Peña Nieto y el PRI podían esperar otra cosa. El partido de Peña Nieto está apostando todo, o casi todo, por su candidatura.
En el PRI se parte de la hipótesis de que su ventaja en las preferencias ciudadanas es tal en este momento que, de “cambiar de jinete”, les llevaría a la desfavorable situación de intentar construir tardíamente una nueva candidatura.
Aferrado a este proyecto que le puede llevar a la Presidencia de la República como muchos temen —y otros tantos desean—, el PRI se ha metido en un problema aún más grave.
Es verdad que Peña Nieto como candidato ofrece muchas posibilidades de triunfo en 2012. Pero nadie puede asegurar su victoria y las razones de la derrota tendrían que ver también con el mismo Peña Nieto. No como el gobernador y precandidato que es, sino por lo que la opinión publica percibe que representa.
Y es que más allá de la intención vejatoria y claramente orientada a dañar su imagen con el apodo de “gobernador miedoso” que se le quiere implantar, Peña Nieto ha concitado otras críticas que tienen que ver con aspectos sustantivos a los que el PRI desdeña y no ha querido o no ha podido superar.
El electorado y la opinión publicada no pasan por alto que una de las taras genéticas de este partido, su incapacidad democrática, sigue determinando su comportamiento. La gran mayoría de sus candidatos a los gobiernos locales para las elecciones del 4 de julio pasado fueron decididos por el gobernador en turno: heredaron el poder —o quisieron y no lo lograron— a sus preferidos.
En segundo lugar, la cúpula que maneja el PRI no ha podido desprenderse de políticos indecentes. Pesa en la opinión de la gente, harta de verdad a buena parte de la sociedad que políticos que han vulgarizado el oficio de la política sean parte de esta élite que junto a Peña Nieto gobernaría de nuevo al país.
El PRI soslaya, en tercer lugar, que su acertada e intuitiva reclusión en las entidades después de la derrota del 2000, y luego convertida en estrategia victoriosa y animadora del objetivo de recuperar el poder ejecutivo, tuvo ya una merma considerable en este año 2010, mucho antes de la división interna ocurrida en 2005, y vigente ya el acuerdo de unidad que hoy parece prevalecer en la cúpula priista.
Aunque parte de la opinión publicada sea tan cerrada, biliosa y refractaria a sus logros y a sus reales capacidades políticas, todas estas críticas ya no pueden ser ignoradas; son algunas de estas apreciaciones las que en un amplio sector de la opinión pública siguen constituyendo el fundamento de la desconfianza en su posible regreso a la Presidencia de la República.
Existe, además, una amplia franja de ciudadanos consumidores, superficiales y hasta incultos, cuyo nivel de satisfacción con el gobierno y con la situación económica es muy alto, y a quienes el PRI les causa urticaria, justamente por esos argumentos que sus críticos en todos los medios, escritos y electrónicos, no han dejado de deslizar sistemáticamente. Y esto parece no verlo la dirigencia del PRI.
El para qué, con qué y, sobre todo, con quiénes acometería su regreso a la Presidencia de la República son cuestiones que el PRI tiene que revisar y resolver, si no quiere que crezca en la sociedad el miedo a que tal suceso ocurra en 2012.
*Jorge Medina Viedas es columnista de Milenio Diario, editor de la sección Universitaria en el mismo y ex rector de la Universidad de Sinaloa. jorge.medina@milenio.com
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Programa de Radio del 30 de Junio 2010
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