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Monsiváis y la verdad histórica del 68*

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Jorge Medina Viedas


Los fenómenos políticos, culturales y sociales que cruzaron la vida mexicana a partir de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado configuraron el territorio analítico y periodístico de Carlos Monsiváis. Todos lo sabemos: fue uno de los más lúcidos y perspicaces intérpretes

Monsiváis, muy al margen de sus sesgos analíticos, es el intelectual por antonomasia del movimiento de 1968. Se puede decir que pocos como él se echaron sobre sus espaldas la responsabilidad de impulsar la verdad histórica de 1968, en la perspectiva de conseguir que el movimiento estudiantil, los demócratas y la izquierda consiguieran una victoria moral inapelable.

Es muy difícil que en alguno de sus artículos o ensayos políticos no se encuentre una referencia explicativa donde traza una clara línea de separación de la historia oficial con la que exalta la lucha de los universitarios, la descripción de su papel clave en el futuro democrático del país, así como la condena social a los responsables del 2 de octubre.

Tuvo la ventaja de que partió de una aseveración imperiosa y fundamental para la sobrevivencia moral del movimiento y que muchos de los protagonistas estaban dispuestos a defender. Lo escribe en las primeras páginas de uno de sus libros emblemáticos, Días de guardar: “Hay quienes consideran que el movimiento estudiantil de 1968 fue lo más importante que ha sucedido en sus vidas, y lo más importante que le ha pasado al país a partir de 1917”.

El hecho de descubrir en los actores del movimiento de 1968 la voluntad democrática para enfrentar “a quienes decidieron inexpugnables, inmodificables, incluso en mínima medida, a las instituciones y a las costumbres”, le permite la reconstrucción de otra de las verdades históricas (aunque discutible en sus objetivos), que siguen dando razones a quienes consideran que se trató de una lucha que marca un antes y un después en la lucha nacional por la democratización de la vida política nacional.

Él mismo lo dice: “2 de octubre: la frase, si definitiva, no es exagerada. ‘Lo ocurrido en Tlatelolco divide definitivamente la vida mexicana’”. Todo lo que sigue a este hecho, es el convencimiento de que el régimen priista era incurable de sus males autoritarios.

En los años cincuenta, Monsiváis había participado por diversas causas —el golpe de Castillo Armas en Guatemala— en protestas callejeras en la Ciudad de México junto a los míticos líderes de la izquierda cardenista, y con personajes como Diego Rivera y Frida Kahlo, el poeta Carlos Pellicer y Juan O’Gorman. Ha acudido a las reuniones “góticas y bizantinas” donde muere de aburrimiento sin quejarse; está ahí, con sus amigos entrañables Sergio Pitol y Luis Prieto. Se une a la huelga de hambre convocada por José Revueltas contra la represión del magisterio y participó emocionado en una movilización multitudinaria junto a Octavio Paz y Carlos Fuentes.

No era el único, por supuesto, pero Monsiváis fue un cáustico observador de la conducta de las élites en su caminar arrogante rumbo a la modernidad. Le mueve todas sus fibras de militante el asesinato de Rubén Jaramillo y su familia —incluida su mujer embarazada—, en 1962. Le comenta a Pitol de la vileza gubernamental y le hace saber que Jaramillo era un pastor metodista. Con sus amigos mencionados parece firmar un pacto para luchar contra la solemnidad que tiene petrificado políticamente al país, pero que en el fondo buscan una forma de cuestionar al sistema, con toda la ironía y la burla de que son capaces.

Como Pitol, Monsiváis está convencido de que el régimen priista no está preparado ni contra la crítica ni contra el humor, mucho menos para cambiar. El presidente Gustavo Díaz Ordaz vomita fuego y violencia contra el movimiento estudiantil de 1968. El relato dramático de esos momentos está en Días de guardar, en Amor perdido y en cientos de artículos periodísticos y conferencias en las que participa.

Traza en ellos infinidad de líneas memoriosas contra el olvido, dedicadas a rescatar la naturaleza esencialmente democrática de los estudiantes y de las causas que animaron el movimiento. Los fenómenos políticos subsiguientes van correlacionados a la lucha de 1968: la incorporación de la izquierda comunista a la lucha legal, el nuevo incipiente despertar de la prensa, el surgimiento de voces disidentes en varios ámbitos como la iglesia, los sindicatos o el movimiento campesino, las luchas de las minorías; la sociedad civil movilizada tiene una estación de llegada en la crisis política de 1988, en una parábola que une el inicio del derrumbe del sistema priista con el movimiento democratizador del 68.

Carlos Monsiváis estuvo ahí siempre. En el origen y a lo largo de este proceso. Su voz, sus textos, su activismo intelectual, su ejemplo ético, influyeron de manera decisiva en la conformación de la conciencia crítica que cambió al país. Este 2 de octubre, Monsiváis no se olvida.

*Versión basada en el texto leído en la Feria del Libro Internacional Universitario (FILU) de la Universidad Veracruzana, el 2 de octubre de 2010.

JORGE MEDINA VIEDAS es columnista en Milenio Diario y ex rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa.


jorge.medina@milenio.com

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Programa de Radio del 30 de Junio 2010

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